Hace exactamente veinte años, gobernaba Raúl Alfonsín.
No había gobierno militar: la democracia ya había cumplido 5 años y se aprestaba a renovar su presidente.
Ambos partidos ya tenían candidato: Angeloz y Menem.
Uno era el candidato lógico del partido gobernante: había repetido su mandato al frente del gobierno de Córdoba, después de lograr la modificación de la Constitución provincial.
Menem, en cambio, había triunfado impensadamente sobre Cafiero en la interna del PJ, en julio del '88.
Aunque unos meses atrás parecía imposible, la tendencia era clara: Menem se encaminaba hacia la presidencia. El desprestigio del radicalismo era muy grande, la economía se encontraba descontrolada.
Las elecciones presidenciales habían sido convocadas para el 14 de mayo, de modo tal que faltaba poco más de cuatro meses para que el voto popular consagrara a un nuevo presidente. Y todo indicaba que sería Carlos Menem.
Ese era, en grandes trazos, el escenario político cuando a las 6 de la mañana del 23 de enero de 1989, un camión de distribución de gaseosas, que había sido robado horas antes, embistió el portón de entrada del Regimiento 3 de Infantería de la Tablada. Lo seguían una Ford Ranchero, 3 Renault 12, un Ford Falcon y una camioneta Toyota. En total, medio centenar de hombres y mujeres pertenecientes al Movimiento Todos por la Patria (MTP), que lideraba el dirigente guerrillero Enrique Gorriarán Merlo, iniciaron la acción terrorista. El conscripto que oficiaba de guardia fue abatido al iniciarse el copamiento. Tras 30 horas de combate, el cuartel fue recuperado y los sediciosos, derrotados. En total, murieron 28 guerrilleros y 11 miembros de las fuerzas de seguridad (Ejército y Policía).
El ataque fue precedido por una gran operación de prensa. Desde semanas antes del atentado, un grupo de dirigentes del MTP denunció una presunta conspiración organizada por Menem y los militares carapitadas, encabezados por Mohamed Alí Seineldín. Resultaba insólito que quien tenía el poder al alcance de su mano, intentara un movimiento de subversión contra el tambaleante gobierno de Alfonsín.
El diario por el que se canalizó la insólita denuncia fue Página 12, entonces dirigido por Jorge Lanata y que tenía como principal pluma al columnista Horacio Verbitsky, quien, desde sus textos, fogoneaba la denuncia encabezada por Jorge Baños, dirigente del MPT.
En ese tiempo, no existía la TV por cable y los principales canales de la Capital Federal, pertenecían al Estado nacional. Estos canales respaldaron la descabellada denuncia, cediéndole espacio y tiempo desproporcionado si tenemos en cuenta el bajo grado de predicamento político que tenía el MTP. Este clima previo desembocó en la toma del cuartel de La Tablada.
Las hipótesis tejidas alrededor de este hecho terrorista de gran escala fueron múltiples. Las más verosímiles y lógicas desde lo político insisten en adjudicarle su organización a los restos de la guerrilla setentista, pero con el apoyo y la complacencia de un sector de la Coordinadora de la UCR, que por todos los medios buscaba desprestigiar a Carlos Menem en su marcha inexorable hacia la presidencia de la Nación.
La idea, habrían dicho los hombres de Gorriarán Merlo, era tomar el cuartel por algunas horas, adjudicar el hecho a un grupo militar "carapintada", organizar una movilización popular de respaldo a las instituciones y, de ese modo, dejar a Menem pegado a una sublevación contra la democracia.
Pero el tiro les salió por la culata.
Al MTP, a la prensa que apoyó y promovió el hecho y a los tiernos jóvenes de la Coordinadora que, muy probablemente, hayan sido -por así decirlo- engañados por los terroristas.
Luego se pretendió que estos hechos estaban enmarcados en el artículo constitucional que convoca a "armarse en defensa de la Constitución", que se trató de un acto en defensa de la democracia y de las instituciones.
Sin proponérselo, los hechos de La Tablada echan luz sobre la mucho más lejana década del setenta.
Sobre la identidad y cantidad de los demonios.
Sobre los jóvenes idealistas.
Sobre agresores y agredidos.
Sobre el terrorismo.
Sobre quienes defienden y quienes desafían a la democracia.
Y también sobre los derechos humanos.
Por todo eso, conviene no olvidarnos de La Tablada.
Gonzalo Neidal
Fuente: La Mañana de Córdoba