Por más cacareo histérico que sobrevenga, es innegable que la derrota de Carlos Rovira constituyó más que una piña al oficialismo. Pues lo que los misioneros dieron por tierra, fue no sólo el batacazo final a la absurda pretensión reeleccionista de un impresentable. Sino además fue un no rotundo a la suprema degradación institucional que es el clientelismo. Como se ha visto en análisis anteriores, esta rémora sigue gozando de buena salud a pesar de las continuas afirmaciones kirchneristas sobre la vigencia de una nueva política.
El año pasado en el marco de los comicios bonaerenses, funcionarios del ministerio que rige Alicia Kirchner repartieron electrodomésticos en el área del gran La Plata a cambio de comprar voluntades. En ocasiones, muchos beneficiarios increpaban a éstos pidiéndoles trabajo genuino en lugar de esto. Lo mismo sucedió en Misiones, cuando un grupo de mujeres hartas de esperar ante una repartición oficial, que les cerró la puerta en su cara, clamaron por lo mismo.
Si bien el empleo dignifica al individuo y enaltece a la sociedad, el clientelismo degrada al político y lo aleja mil pasos de sus supuestos representados.
De continuar con este bastardeo, el camino hacia la segunda presidencia de Néstor Kirchner estará sembrado de cardos, cactus y ortigas en lugar de ser un lecho de rosas.
FERNANDO PAOLELLA
Fuente: Tribuna de Periodistas