----- Original Message -----
From: Arturo Hotton Risler
[PENSAMIENTOS EN LA CUMBRE] Incurables adolecentes de los 70
Hoy, día de un nuevo traslado de los restos del Gral Perón -merece
todo mi respeto-una "horda de irresponsables" -la policía ausente-
intentaron transformar una jornada de memoria en una tragedia.
Poco más se puede esperar de los "imberbes" a quienes el General
expulsó de la Plaza...y volvieron para reinstalar el odio,
usufructuando el afecto que entre millones de argentinos aún conserva
quien los echó...
Poco tienen de peronistas...
Muy poco.
Quizá el artículo del Dr Posse -con el cual discrepo en más de un
aspecto- ayude para tener el panorama más claro de lo que está
sucediendo -o no está pasando- en nuestra castigada Argentina que,
nuestros mayores construyeron para todos...y para la Paz.
DR ARTURO HOTTON RISLER
Este artículo salió publicado en el matutino La Nación, Abel Posse
describe la triste realidad que nos acontece. Vale la pena.
Para LA NACION
Sentimos que la Argentina ingresó en un clima negativo, de tensiones que no
propician la buena convivencia ni aseguran la paz social. Hay un aire de
violencia difuminada por las calles, desde la vergüenza de los domingos de
fútbol y garrotazos hasta las bandas de matones y drogados adueñados de los
barrios marginales ante la indiferencia gubernamental. La Argentina tiene ya
entre 800.000 y un millón de jóvenes calificados de ?marginales structurales?.
Son carne para todo delito o vandalismo. Están al margen de la educación, de
toda autoridad familiar, carecen de trabajo y de otra perspectiva existencial
que no sea el nihilismo y la anarquía. Con planes anémicos, se elude en
realidad enfrentar este enemigo colosal del futuro argentino y de la paz
social. Ante esta evidente violencia difusa, todavía sin conducción, el
Gobierno y todos los sectores políticos deberían estar alertas y actuantes.
Esta crispación evidente, este vandalismo descontrolado y no debidamente
reprimido puede desbordarse y sorprender a las autoridades. Algunos
nostálgicos, revolucionarios con esquemas del siglo pasado, podrían ver en esos
marginales masa de maniobra para acciones violentas. Alguien puede estar
soñando con alguna convulsión nostálgico-revolucionaria que dejaría a nuestro
gobierno ante los mismos dilemas y ambigüedades que vivió el famoso Kerenski,
en 1917, apretado entre sus flojeras revolucionarias y su realidad de
dirigente burgués. Si hablamos sin hipocresía, debemos observar que contra los
militares se hizo más justicia de la debida ?y esto es injusticia?. Se los
discriminó judicial y jurídicamente, alterando uno de los fundamentos básicos
del derecho (argentino y mundial): la no retroactividad de la ley,
especialmente la penal. Se anularon indultos con irritante parcialidad, al
punto que asesinatos y estragos masivos causados por los insurrectos aparecen
como actos no condenables, aunque hayan dejado un tendal de víctimas
inocentes: empresarios, policías, militares y conscriptos. También se fabricó
una visión casera de los delitos de lesa humanidad (¡excluyendo al
terrorismo!). Ametrallar a conscriptos indefensos bañándose, como pasó en el
ataque terrorista al regimiento de Formosa, es monstruoso y de lesa humanidad,
sea que los asesinos hayan vestido uniforme o lo hayan hecho con boinas
guevaristas como las que usaba Gorriarán Merlo. Se negó a los oficiales toda
exculpación por el juramento de obediencia y verticalidad ante sus mandos,
principio básico de todas las fuerzas armadas del mundo, sin el cual sería
imposible actuar y comandar en guerra. (¡Ojalá no le toque al Presidente una
policía o un ejército que algún día le diga: ?Voy a ver si tiro, déjemelo
pensar!). De modo que después de los juicios a las juntas militares y de
tantas condenas los que ejercieron la violencia por orden del Estado carecen
de toda esperanza legal. Los violentos del otro sector, con sus miles de
atentados, reciben un trato inaceptable en sociedades civilizadas. El Gobierno
fabrica una ilegalidad prêt-à-porter para condenar lo que considera la
ilegalidad militar, que le parece insuficientemente castigada (y este matiz no
viene del Derecho, sino de la ideología.) Esto hace que se desmorone el
edificio legal desde sus bases romanas y germánicas e instaura un inédito
caos, al afectar el rigor de la razón jurídica. Desde ahora, la ley a medida
de la voluntad política dominante será una anomalía que podría extenderse más
allá del tema de los años 70. Esta es la base de una ilegalidad que pagaremos
muy caro. Afectará a nuestra economía, a las inversiones, a las libertades
productivas y creativas. Y será un grave ataque a la Constitución: se abriría
la puerta a un autocratismo seudodemocrático. Vivimos en un país desopilante,
pese a las enfáticas declaraciones del Presidente de que volvemos a ser un
país serio. El gobierno constitucional, en 1975, ordenó a las FF.AA. aniquilar
(sic) a la guerrilla, con la aprobación y la firma de sus máximos dirigentes,
que pertenecían al mismo partido que hoy, treinta años después, apaña al
residuo de subversivos, los destaca casi como personalidades morales, los
acoge en el Gobierno y hasta les paga una abundante indemnización por las
molestias causadas... A la vez, se busca mantener ilegítimamente encarcelados a
los militares que cumplieron el mandato del gobierno peronista, logrando el
cometido de desarticular ?aniquilar (sic)? la guerrilla en apenas diez meses,
cuando a comienzos de 1977 la dirigencia subversiva se estableció en el
exterior, con admirable prudencia estratégica. Nadie se volvió contra los que
ordenaron esa aniquilación de la impopular guerrilla cumpliendo con la defensa
del Estado agredido y adecuándose a lo escrito por Perón en ocasión del ataque
al regimiento de Azul en 1974: a los terroristas hay que eliminarlos uno a
uno, por el bien de la República. Los oficiales y hasta los soldados son
procesados y reprocesados en un ejercicio de venganza disfrazada de justicia.
Pero los comandantes políticos que dieron al Ejército la orden de aniquilar ni
siquiera son contemplados. O todos o ninguno. ¿Cuántas renuncias de afiliación
se produjeron en el peronismo de 1975 por ese decreto de aniquilación? ¿Cómo
puede hablarse de justicia sin la mínima coherencia? Nada indigna más que las
asimetrías. Sin coherencia ni rigurosa igualdad no hay ley, pero tampoco hay
paz. El Gobierno se pone en una situación ilegítima. Se ubica fuera del orden
jurídico constitucional, por más que reciba dóciles apoyos parlamentarios. A
la violencia e inseguridad cotidiana se suma la división que nos causa el
viaje de justicia-venganza hacia el pasado. La violencia de los muertos acecha
la paz de los vivos. Una generación desgraciada y sepultada invade nuestro hoy
y aquí. Empezamos a sentir el peligro de trasvasar el resentimiento de la
generación pasada a la actual. En la Argentina no se entiende la discreción
ante el juicio del pasado que tuvieron países que sufrieron grandes
hecatombes, con millones de víctimas. Son los casos de Rusia, Francia,
Alemania, España, China, Italia, Japón. Se actuó con una justicia simbólica. En
esos pueblos con experiencia de desdichas ancestrales saben que es necesario
impedir que las generaciones nuevas se infecten con los odios de un pasado
inexorable. Permitirlo ?o provocarlo, como en nuestro caso? equivale a
fabricar y establecer un odio virtual, abstracto. Que en el plano histórico-
político los vivos quieran vengar a sus muertos por medio de la justicia sería
perverso e inútil. Equivaldría a agregar odio al odio y dolor al dolor. En
Nuremberg fueron condenadas 38 personas. Por lo de Hiroshima, ninguno? Así se
explican la conducta de los españoles después de la muerte de Franco y la de
Adenauer en 1947 para superar el peso atroz del nazismo con una convocatoria
para la reconstrucción de la demolida nación de todos. De Gaulle suspendió
venganzas contra los colaboracionistas y condonó la sentencia a muerte de
Pétain, el aliado del nazismo ocupante. Deng Xiaoping, aunque víctima él mismo
y su familia de las atrocidades de la Revolución Cultural de Mao, evitó toda
venganza, y hoy el retrato colosal de Mao preside la plaza de Tiananmen. Los
dirigentes de la Rusia posoviética, pese a 70 años de dictadura y al horror
del Gulag, supieron respetar al glorioso ejército desde la interpretación
nacional, no partidaria. Era el ejército de Stalin y Trotsky, pero era el
heredero de Kutuzov, del triunfo sobre Napoleón, en Borodino, de la gloriosa
defensa de Moscú y Leningrado. Ningún país repudió a su ejército por lo que le
exigieron sus gobiernos. Ni Francia por lo de Argelia ni Alemania por las
matanzas de Rusia ni Rusia por las masacres de Polonia y Berlín ni Estados
Unidos por Hiroshima. Para bien o para mal, los ejércitos somos todos, los
gobiernos somos todos. Como afirmó Sartre, todos somos responsables de nuestra
historia. ?Soy tan responsable de la guerra como si yo mismo la hubiese
declarado?. Por el bando subversivo debe decirse que transformar a los
guerreros que jugaron con coraje su apuesta marxista-revolucionaria en
inocentes y víctimas neutras es la mayor deslealtad para con su memoria (el
jefe de ese bando expresó esto con indignación). Todos los ejércitos del
mundo están empeñados en su mayor eficacia, más allá de las coyunturas que
hayan vivido. Estamos en un momento peligroso, casi sin otro derecho
internacional que el de la fuerza. Hay proyectos para declarar patrimonio de
la humanidad las reservas de agua dulce, las pesquerías, reservas energéticas
y espacios vacíos. Debemos tener fuerzas disuasivas. El mundo está más cerca
de la política decimonónica de puro poder que de los sueños de las Naciones
Unidas en el siglo XX. Nuestro camino es optimizar la defensa nacional y
regional. Brasil, Chile, Venezuela y Colombia incrementan su poder militar,
mientras que la Argentina se aproxima a la indefensión y a la continua
descalificación de sus Fuerzas Armadas. Con Brasil, con el Mercosur,
tenemos que asegurar un gran espacio de paz y de estrategia defensiva.
Perdemos energía en la banalidad de las venganzas y en la ilusión de algunos
derrotados persistentes que quisieran transformar nuestras FF.AA. en milicias
ideologizadas con ideas muertas y enterradas. Está en el Gobierno evitar que
se ahonde la división de los argentinos. Debe promover la reconciliación y
tener la grandeza de fundamentarla en una gran amnistía nacional (que,
incluso, beneficiaría a centenares de subversivos). En este momento de
democracia y de restablecimiento económico tan exitoso, debemos evitar el
retorno eterno de las venganzas y aunarnos programáticamente en la conquista
del futuro inmediato, como hicieron esos grandes países que se han mencionado.
No se puede engañar a todos todo el tiempo. Y agregaría a esta máxima famosa: ?
No se puede humillar a nadie tanto tiempo.? El autor es diplomático y
escritor. Este fragmento pertenece a su libro en preparación Noche de lobos .
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