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CUANDO CAIGA DOMICIANO Y SU SUERTE

De: RICARDO
(Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse).    

Domiciano (Tito Flavio Domiciano) fue probablemente el más cruel de los emperadores romanos, junto con Cómodo y Vitelio.
       Nació en el 51 d.c.. Asumió en el 81 cuando tenía 30 años y murió asesinado en el 96 durante su mandato.         Sometió al senado auto-nombrándose "Censor Perpetuo" y sostuvo que el único que gozaba del derecho a tener buena suerte era él , simplemente por ser "Dominus et Deus"  (Señor y Dios). 
       Domiciano de vez en cuando, hacía exhumar los cadáveres de algunos de sus enemigos que él mismo había matado y los volvía a exhibir colgados para recuerdo de la conciencia pública.
      Compraba mercenarios por 20 sestercios y fue asesinado por una suma muy inferior a esa.      Sus propios mercenarios lo degollaron. 
      Una época realmente dorada del Imperio se inició el día de la muerte de Domiciano, al asumir el anciano y honorable Senador Nerva, quien les dijo muy afectuosamente a los romanos:
      "No rige más la prohibición de tener buena suerte.     Sois dueños de forjarla o dejarla por cuanto desde hoy sereis libres de pensar y hacer por vuestra propia conciencia"  (Gayo Suetonio, 114  d.c.)
       Sirve de mucho este ejemplo porque aquí  tenemos nuestro propio comprador de mercenarios, sojuzgador del parlamento, distribuidor de buena suerte y exhumador de cadáveres.   
       Después de tantos años de transitar una suerte desgraciada en este país y después de tantos presidentes descerebrados,  hay quienes no se pueden  explicar cómo nos vino a tocar este.
       Y menos aún se lo pueden explicar, al ver esta nueva mala suerte de hoy, en el contexto de toda la mala suerte anterior a él, sucesiva, consecutiva, repetitiva y  también sostenida en el tiempo.
       Por cuanto también la "mala suerte", según entienden todos, tiene su propio arco estadístico discontinuo de "probabilidad iterativa" ó de "improbabilidad de ocurrencia".    Sin embargo, cuando falla ese cálculo, puede empezar a pensarse que hay algo muy singular que está completamente fuera de la proyección de la estadística y que no responde a esas leyes.
       Bajo el fuego de artillería durante la Segunda Guerra Mundial, los soldados que lo recibían, en vez de protegerse en cualquier lugar, preferían ponerse a resguardo precisamente en el cráter que había dejado el último cañonazo, porque era casi imposible que, justo allí, exactamente, fuese a caer un cañonazo posterior.
       Nada descabellado, por cierto.
       En nuestro caso, si toda la galería de presidentes, uno por uno fuesen impactos del fuego de artillería sobre los argentinos, el abrigo de los huecos que fueron dejando no nos hubieran servido como refugio de ninguno de los otros.
       Al contrario, todos, con precisión matemática, nos vienen pegando en el mismo sitio.
       Lo primero que se me ocurre, es dejar de pensar en la mala suerte más pronto que volando, y empezar a buscar otros motivos, un poco más racionales.
       No nos ha servido para nada pensar en la famosa estadística de la "mala suerte".   Aquí no funciona.      Peor que eso, con nosotros los argentinos, ha funcionado exactamente al revés, es decir :
       Ó alguien nos está dando cartas malas todas las manos (y siempre son las peores), ó somos nosotros los que estamos tomándolas de la mesa, a propósito o sin advertir que no hay una sola buena.
       Y me temo que, además de ser nosotros mismos los que tomamos cada mano del turno, las cartas están boca arriba.
       O sea que, sin dudas, las vemos a todas, perfectamente bien.
       Nuestro Domiciano subió con el 21%.     Parece raro pero hasta la Junta Militar hubiese obtenido más del 40% si se postulaba en el 76.
       Todas las cartas estuvieron siempre a la vista y aunque por cierto nadie votó a la Junta, nadie se haría cargo hoy, de haberla deseado.
       Tan raro como encontrar a alguien que haya sumado en aquel 21%.
       También, aunque algo de esto pueda ser realmente así y aunque incluso seamos víctimas de una masa crítica de gente que vendió su voto por un paquete de yerba, aquí hay cosas que evidentemente estamos dejando de hacer.
       En el cuadro de postulaciones que se prepara delante de nuestras narices para rifarse el país en octubre próximo, puede verse el conjunto de los declamadores de la "Nueva Argentina" quienes de modo muy claro componen el más elocuente y patético muestrario de lo peor de los últimos diez años.
       Me pregunto si acaso una "rueda policial" de reconocimiento de detenidos hubiera lucido menos sospechosa que este grupo de perfectos tránsfugas de la moral que acompañan a nuestro "Domiciano"   y a su siniestra esposa en el tránsito hacia su nueva consagración .
       ¿ Por qué está allí, toda esa cáfila de abigeos ?
       Son ellos, precisamente, las cartas que están a la vista.
       Pues están en ese lugar, para avisarnos a todos nosotros que las cartas que podemos elegir en breve, una vez más, nos dejan la libertad de seguir teniendo malas "manos".
       Hemos tenido en los últimos 50 años, un promedio histórico parejo, eligiendo sucesivamente siempre a una categoría especial y única de sujetos, todos los cuales, sin excepción, eran farsantes en sus tres categorías conocidas :
       a) Farsante amateur, b) Farsante superior, c)  Farsante consumado.
       Nuestra sociedad, de ese triste modo, diseñó, casi sin advertirlo, la incubadora de Frankenstein.      Una verdadera casta de dirigentes políticos farsantes, cuya única condición ingénita de "pertenencia", casi obligatoria, es esa :     Ser farsantes.
       Las farsas, para tenerlo claro, son aquellas conductas en las que se finge la realidad genuina.
       Esto supone que, en verdad, distinguimos dos planos :  
       Uno externo aparente, manifestativo, otro interno sustancial, que se trasunta en aquel.
       Y aquella realidad, tiene la misión ineludible de ser expresión adecuada de esta.
       Si no lo es, entonces es farsa.
       Y tiene esta realidad interna, a su vez, la misión concreta de manifestarse y exteriorizarse en aquella.
       Y si no lo hace, es también farsa.
       Pongamos un ejemplo :
       Un hombre que defiende con vehemencia un conjunto concreto de opiniones ó principios todos los cuales en el fondo de su conciencia le importan realmente un bledo, es un farsante.
       Un hombre que tiene realmente ese conjunto de opiniones firmes, digamos un catálogo de principios expresables, pero no los defiende ni los pone en práctica jamás, es otro farsante.
       Así dicho, pues, la verdad del hombre radica en la correspondencia exacta entre el gesto y el espíritu, esto es, en la casi perfecta adecuación entre lo externo y lo íntimo.
       En la traslación rectilínea desde la convicción personal hacia los hechos de la vida.
       Pero vemos claramente que no existe, por donde se lo busque, ningún dirigente político argentino que luzca esa condición.
       No es mala suerte :
       Hemos forjado nosotros mismos, muy silenciosamente y con un inexplicable esfuerzo, esa dirigencia unívocamente farsante.
       Todos ellos son así.     Y  están todos en la misma bolsa negra.
       Cualquier cosa que saquemos de esa bolsa negra tiene la garantía inmanente de cumplir con tal singularidad.
      Nos tentamos por decir :
      Acaso cuando nos llegue nuestro "Nerva", se nos muere por anciano
      Pero, en verdad,  no vale ni lo uno ni lo otro.    Entendámoslo así.     
      No hay aquí suerte,  y tampoco hay mala suerte, como dijo una vez el anciano Nerva.      Libres de pensar…  forjémosla o dejémosla
      La "suerte" se acabó hace rato.
      Y la "mala suerte", ya no nos asiste … ni siquiera como excusa.
                              Lic Gustavo A. Bunse